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jueves, 18 de septiembre de 2014

Otoño



Me tienta volver. Me tienta y me asusta a partes iguales. Tal vez, si pudiera tomármelo como un respiro y no como una responsabilidad, ni un compromiso... Pero me conozco. O tal vez ya no. A ratos no sé quien es esa mujer en la que me cuesta tanto reconocerme.

Han cambiado tantas cosas, que ya no sé qué queda de la que era yo cuando escribí aquí la última vez. Puede que eso no sea malo, pero, será porque soy Virgo y no me gustan nada los cambios, me cuesta hacerme a lo nuevo. Mucho más ahora que me siento tan vieja y tan cansada, que sólo me apetece esconderme en el recuerdo de lo conocido, e irme a dormir debajo de mi cama unos cien años.

No sé si es buen momento, si resultará peor el remedio que la enfermedad. Si me arrepentiré de esto tras este post, y volveré al mutismo de estos últimos años. Ahora ya no sé nada de nada con seguridad y eso me asusta tanto o más, que la certeza estúpida que tenía antes sobre tantas cosas.

Que nadie se crea que esto es renacer de las cenizas, todo lo contrario, lo más seguro es que sirva para hacer arder del todo, lo que quede de mí.

El otoño, ese que siempre me pone un nudo en la garganta, está a la vuelta de la esquina, y yo estoy aquí, a la intemperie, esperando que empiece, con todo el pavor y la esperanza que soy capaz de sentir.

miércoles, 28 de marzo de 2012

Primaveras



Nos acostumbramos a todo. Al ruido, a las injusticias y a la muerte. Vemos el telediario mientras comemos, y seguimos comiendo, independientemente de que nos hablen y nos enseñen a la princesa del pueblo, a los rehenes de la guerrilla colombiana,  un vídeo de violencia escolar, o campos de refugiados. Da igual. Sólo así me explico que puedan pasar cosas como las que están pasando ahora mismo en Siria, por ejemplo.

No soy una experta, como comprenderéis, ni en Oriente, ni en Occidente. No sé, aunque lo intuyo, (seguramente porque los humanos no somos tan distintos unos de otros, aunque nos separen muchos kilómetros), qué clase de odio heredado puede llevar a la gente a matarse con esa saña. Sin descanso, sin tregua y sin perdón, por ninguna de las partes. A estas alturas ya, odio, dolor y miedo, en forma de venganza, hábilmente manipulada por los que tiran de los hilos. Y, seguramente, muchos intereses lejanos y ocultos.

No voy a tratar de explicar las claves de conflictos que se vienen sucediendo desde hace tanto, que creo que nos hemos acostumbrado, (como a tantas atrocidades), a vivir con ellos como si fueran lo más natural del mundo, o lo que es peor, como si fueran inevitables, o se los hubieran buscado por su mal comportamiento no occidental. Lo único que quiero decir es que me indigna como se ningunea la vida. Como se quita importancia a que miles de personas, no sepan cómo acabará su día, ni el de sus hijos. Su día a día. Ayer, hoy, mañana cuando se levanten.

En todos los periódicos veo fotos de niños heridos, o muertos. De adultos gritando y corriendo con ellos en brazos, ensangrentados, desmayados o llorando. Los niños de las guerras. Los que luego, si sobreviven, tendrán un motivo para seguir matando. Y muriendo. Perpetuar el horror que vivieron, creyendo que así pagarán los culpables. Convencidos, todavía,  de que las guerras tienen un ganador.

Pero no pagamos. Culpables somos todos los que, sabiéndolo, consentimos que estas cosas sucedan. Los que, en esta era de la información  y la comunicación, no las utilizamos para cambiar las cosas sino para perpetuarlas, pero sí para sabernos, como si fuera la nuestra, la vida privada de los "famosos". Culpables somos los que, como yo ahora, escriben indignados un momento, y al siguiente olvidamos, porque no "podemos" hacer nada, y no sirve de mucho amargarse la vida. Seguramente porque tenemos una vida que poder amargarnos.

A veces, en mis peores pesadillas, me imagino en situaciones así. Cómo se debe sentir una madre con su bebé muerto entre los brazos, en una guerra que, todavía, ni siquiera era la suya. Morir por haber nacido en un sitio o en otro. Sin tiempo para decidir si serás violento o pacífico, tolerante o fanático.

Padres e hijos sin tiempo para jugar, sin tiempo para reír, sin tiempo para enfadarte por las malas notas o porque quiera escabullirse de la ducha. Sin tiempo para enseñarle el nombre de las estrellas en las noches de verano, o cómo se colocan las piezas del puzzle, en las largas tardes del invierno. Sin tiempo material.

He leído esta mañana que se cumple un año de la llegada de la Primavera Árabe a Damasco. Según la ONU, hay más de 7.000 muertos y miles de desaparecidos. Asad sigue aplastando cualquier intento de rebelión. No debe gustarle la primavera.

Y mientras, la oposición intenta su reconocimiento internacional, pero sin poder ponerse de acuerdo en lo mínimo exigible, para ser reconocida como interlocutor por los demás países que estamos asistiendo, impávidos, o casi, a tanta muerte y tanto sufrimiento.

Esta u otra excusa, no se ponen de acuerdo, allá ellos, nos permitirá dentro de un rato, dejar de pensar en eso y dedicarnos a preocuparnos por si lloverá o hará sol, mañana. Y olvidaremos, otra vez, que hay niños que mueren. De hambre, de guerras, de injusticias. Que no habrán de preocuparse del tiempo que hará en Semana Santa, porque lo más seguro es que no tengan un mañana.

domingo, 5 de febrero de 2012

¿Quién será ésta?



Que digo yo que si alguien sabe cuando se termina este sube y baja hormonal que me tiene frita desde hace casi cinco años. Que si alguien sabe, que me cuente, que estoy empezando a creerme, que soy de verdad esta especie de cosa rara que, lo mismo se pone a llorar a moco tendido con un anuncio de tegustaconducir (¿??? que encima no me gusta), que a reír hasta las lágrimas, en mitad de una frase trascendente de alguien que no entiende qué bicho me ha picado de repente. Normal. Yo tampoco lo entiendo, palabra.

Cuando ya me creo que tengo controlada la situación, que me voy adaptando a los cambios múltiples y variados con los que mi medio exterior me está ayudando tanto, me levanto un día por lo pies de la cama, y lo mismo me puede dar por hacerme relaciones públicas de mi barrio, sonrisa en ristre y corazón abierto y generoso, convencida de que he eliminado a la bestia, que por ser anacoreta y no levantar la mirada del suelo más profundísimo, para no tener que cruzarla con ningún ser viviente que me la pueda devolver, con la conciencia absoluta de que voy a perder esta guerra de guerrillas.

Y no es que yo quiera nada del otro mundo. No es que no tenga ya asumido que soy rara y difícil en el trato conmigo misma y con algunos de mi confianza, no. No es que quiera que me guste envejecer, deteriorarme, ni cosas de esas, no. Lo que quiero es algo de equilibrio. Con saber que mañana se va a levantar de la cama la misma que se acueste hoy, me conformo.  

Prometo no aburrirme con algo de rutina personal. Dos semanas seguidas siendo la misma, y pensando lo mismo de las mismas cosas. No es demasiado pedir, creo yo. Que nadie se puede imaginar el sobresalto que supone encontrarse con una loca desconocida, que, encima, siempre me contradice, en el espejo cada mañana. Tanto es así, que me acuesto, atea y todo, rogando a todos los santos que por la mañana no me haya diluido completamente en vaya usted a saber quién. Y que no se me siga cayendo la cara (lo demás ya lo he dejado por imposible) por los lados. Eso a San Judas, que es el abogado de los imposibles. Total, puestos a pedir…

Si me lo hubieran dicho hace cuatro o cinco años, hubiera tachado de sádico a quien fuera, pero, lo juro, ¡¡echo de menos mis estrógenos!! Y todo esto sin Terapia Hormonal Sustitutiva, que si me llegan a sustituir…

Y ahora me voy a cocinar, que la extraña que llevo dentro se relaja entre pucheros. ¡¡Yo cocinando para que se relaje otra!! Vivir para ver. Socorro.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Navidad (Grrrrrr...)



Atravieso el Parque deprisa, como siempre (hay quien dice que yo no ando, hago la instrucción...), con las manos hundidas en los bolsillos y el cuello del abrigo hasta las orejas.

Hago un esfuerzo por no ver las luces brillantes de Navidad colgadas por todas partes. Inútil, Málaga es una antorcha.

A todo lo largo de la acera derecha del Paseo, puestos de regalos y figuritas. Bullir de gente comprando, mirando, paseando. Bufandas y niños por todas partes. Olor a algodón de azúcar y a castañas asadas. Pena en el alma.

Como voy de autista, deseo para mí misma no encontrarme con nadie conocido. No estoy para sonrisas, ni para buenos deseos. Además, hace un frío que pela para pararse.

Este año no quiero Navidad. La marabunta de cajas que es mi casa, me ha dado la excusa perfecta para no tener que adornar nada. Por primera vez en mi vida. -Alguna ventaja tenía que tener esta mudanza de locos-, pienso. Desearía estar lejos y sola. Y dormir hasta el 7 de Enero de algún año de estos.

Se me va la cabeza al recuerdo de dos de las personas que más he querido en mi vida, y que no estarán conmigo este año negro. Unas mueren, otras las matamos para que puedan seguir viviendo tranquilas. Paradojas de la vida. Mierda.

Oigo mi nombre y alguien me tira de la manga. Maldición. Me trago la lágrima que llevaba camino de salirse y abrazo, sonrío y deseo felices fiestas, porque mi madre se gastó una fortuna en educarme, y desde donde quiera que me esté viendo, se estará mondando de risa y diciendo: "qué rarita eres, hija mía..." Debo ser rara, sí.

Cruzo el semáforo de la Diputación mirando la Manquita de reojo, para no empezar otra vez con las nostalgias. Mi hija me espera sonriendo. Está tan guapa que me emociona. Mis hijos son lo mejor que he hecho en mi vida. Casi no me creo que sean míos...

Me abraza en mitad de la calle y me dice: "¿Has visto qué bonito está todo?, ¿dónde vamos?, no me dirás que tienes frío, hace una noche estupenda..."

He dejado de sentirme los pies hace rato, y la punta de la nariz, y lloro por el ojo izquierdo que tiene vida propia, pero sonrío, socarrona y asiento: "Sí... talmente Agosto..."

Me coge del brazo y echamos a andar. Y cuando apoya su cabeza en mi hombro (agachándose, claro) y dice "Mami...", bajito, sé que adornaré las cajas, que compraré regalos, y que, probablemente acabe tocando la botella de anís con la cuchara en casa de Sofi, para que se monde Clara. Y ella, y todos. Y sé que la vida sigue y es Navidad, y que no puedo pararme ni dejar de tirar del carro. 

Aunque el ojo derecho también me llore, y el corazón esté con los que no están. Porque están en mí.

Feliz Navidad a tod@s


sábado, 5 de noviembre de 2011

Para el día lluvioso que nos espera...

Más de lo mismo



Leo algo de Jorge Bucay sobre las relaciones de pareja. He de reconocer, que antes de leerlo tenía algún prejuicio ya sobre el autor. Seguramente porque cuando algo se pone de moda, automáticamente me produce una sensación de prevención, y este hombre anda, últimamente, en boca de todo el mundo.

El libro llega a mis manos, de otras a las que no puedo, ni quiero, rechazar. Es un regalo especial, de alguien especial en un momento especial. Lo leo, tratando de dejar mi prejuicio sobre la mesilla de noche.

Mucho antes de la mitad, ya no sé si estamos hablando de resolver problemas de pareja, o de misticismo hindú (un poner...). Odio la grandilocuencia. Cuando la gente empieza a irse por las ramas de las frases hechas (necias), y hermosas pero vacías, a la hora de resolver un conflicto. Me pongo de mal humor.

¿Qué se supone que tengo que entender, cuando teniendo problemas con mi pareja (porque se deja el tubo de pasta de dientes abierto sistemáticamente, o dedica todas sus horas libres al baloncesto, o no recuerda el aniversario de mi tía Juanita, o no nos entendemos en la cama, o tiene una amante...), alguien me dice que tenemos que "crecer" juntos? ¿¿Crecer?? ¿¿A lo largo, a lo ancho?? ¿¿Crecer el pelo, las uñas, las piernas, la paciencia??

Una de las cosas que más me gustan de mi profesión es resolver conflictos. Dar con un nudo y deshacerlo. O, mejor dicho, apuntar cómo podría hacerse si el dueño del nudo está de acuerdo. Pero siempre partiendo de la base de que los dueños de los nudos no son masocas y si tienen el nudo, es porque no saben cómo deshacerse de él. Así es que de poco serviría que yo dijera con una voz acariciante y aterciopelada -"Deshazlo, deshazlo..."- A lo peor me equivoco, claro. Y lo único que necesitaba el interfecto era una orden sin instrucciones. Pero me da que no.

Todos queremos crecer (a lo largo si puede ser), menos Romay seguramente, y no creo que nos sirva de mucho repetir la palabrita veinticinco veces al día, cuando realmente sabes que estás por debajo de la talla mínima... Algo más concreto, aunque también, seguramente, mucho menos poético, como una dieta detallada, poner en remojo los pies por la noche, o las instrucciones precisas para estirarse en el potro, incluso, a mí me parecerían de más utilidad en esos casos.

A lo peor es que no he "crecido" yo bastante. Prosaica soy, por dios...

Hay una nueva hornada de terapeutas (casi todos derivados del psicoanálisis y desembocados en cosas mucho más extrañas todavía, y exceptuando siempre a los buenos profesionales, que los hay en todas las escuelas), que nos quieren hacer crecer a toda costa sin darnos el método. Eso está bien porque si no funciona, siempre puedes decir que el paciente no lo estaba haciendo bien, y así uno no sería el responsable del desaguisado.

Leer hermosas palabras sin más, funciona en un porcentaje mínimo de casos, y siempre que no sean realmente problemáticos, o estemos hablando de personas de mente absolutamente privilegiada. Al común de los mortales con problemas y con cabezas normales, todo eso no les sirve para nada, y encima, acaban teniendo un concepto de los terapeutas que tiene mucho que ver con profesionales de la tomadura de pelo por palabras. Y pagamos justos por pecadores. Para variar.

Por supuesto que hay de todo, como en botica, pero últimamente no dejo de ver por todas partes, charlatanes con barba y chaqueta de cuadros que fuman en pipa, y poco más. Todo con mucha elegancia y mucho karma y escribiendo muchos libros que luego firman en El Corte Inglés. U similar.

A lo peor me estoy poniendo plomo con el tema, pero es que, cada vez aguanto menos a los advenedizos que van de iluminados.

Rebelada me tienen...

domingo, 18 de septiembre de 2011

La moto


Qué ganitas tengo ya de que se acabe la campaña, que se supone que no ha empezado todavía. Porque por más que me lo propongo, por más que cuento hasta 98.675.645.342.475 al final, me termino cabreando siempre.

Vamos a ver, señores del poder y aspirantes: Que, pese a sus esfuerzos por convertirnos a nosotros y a las generaciones futuras en idiotas, todavía podemos pensar solos y sacar conclusiones. Que, se les olvida siempre, el poder es nuestro y no suyo (ni de la tele, vamos), y que deberían agradecernos nuestra paciencia y no tirar más de la cuerda, que estamos ya morados, con tanta tensión, real o convenida.

Que digo yo que si se puede reducir el paro siempre en épocas electorales, (recuerdo la promesa anterior de Zapatero de reducirlo al 7%. No sé si reírme o echarme a llorar), sería bueno explicar por qué no se ha hecho hasta ese momento. Y lo mismo con la subida de las pensiones, o con la creación de empleo estable. Y qué decir de la reforma de la enseñanza, que todo el mundo político coincide en que hay que acometer, pero que cada cual, cuando le toca, la acomete con nocturnidad y alevosía, dejándola para el arrastre de una a otra legislatura. Y así andamos, con un nivel por debajo de la media europea en comprensión de lectura de nuestros estudiantes (y aquí, en Andalucía, la media es inferior, todavía, a la media del resto del país), que digo yo que será por eso que nos van a televisar “El Debate”, porque no entendemos bien lo que se publica escrito.

Y los aspirantes, llegan amenazando con quitar derechos civiles y sociales a colectivos que, aunque les parezca mentira, están compuestos por personas también.  Con la orientación sexual que les dé la gana, oiga, que para eso es suya. Miedo me dan cuando se erigen algunos en sabedores de lo que es “natural” y lo que no lo es. ¿Y si un día, lo natural es la familia de cuatro miembros (dos de ellos, los mayores, por supuesto de distinto sexo) y un perro? Con lo que ensucian los perros el sofá, que lo tengo blanco. Y a ver dónde voy yo, a estas alturas, a por el miembro que me falta.

Hasta estas familias “naturales” se indignan cuando no llegan las ayudas de la famosa Ley de Dependencia, o cuando no pueden pagar la hipoteca, inflada como un globo, por la falsa boyante economía de la legislatura anterior y la presente. O cuando esperan y esperan y esperan y esperan, para acceder a un especialista que les dedica tres minutos para mandarles una prueba que hay que volver a esperar y a esperar y a esperar, antes de esperar de nuevo para que nos la interprete y nos mande algo que nos alivie por lo menos. Eso si no te mueres antes, que casos se han dado para la historia. En esta y en la otra legislatura. Y los que se darán. Podría seguir, pero seguro que seguís solos.

Vale que la democracia es el mejor de los malos sistemas de gobierno, hasta ahí estamos, y yo, el día que toque iré a votar, seguramente en blanco. Porque es mi derecho y mi deber, si luego quiero escribir cosas como estas. Pero de eso a comprarles la moto…