Llevaba ya mucho tiempo metiendo mis comeduras de coco en el armario, sin orden ni concierto, y cerrando la puerta a presión, apoyando todo el peso de mi estropeado cuerpo para conseguirlo. Era inevitable que un día, al abrir para guardar la enésima, se me cayera todo encima. No es bueno acumular y esconder. Joder, yo debería saberlo, es mi trabajo.
Pero como en casa del herrero se come más veces de las deseables con cuchara de palo, he tardado un tiempo en recuperarme del aporreo de mis propios trastos mentales y en intentar, sin saber todavía seguro el resultado, limpiar y ordenar todo este caos, lo mejor posible.
Hace nada que se me cayeron encima 50 años, y dentro de nada se me caerán 2 más. No os podéis hacer una idea, o sí, de lo que me pesan. Y del trabajito que me está costando no sucumbir al análisis minucioso y sesgado al que me someto, o defenderme del juicio rápido que es tan tentador, y que resulta, como no podía ser de otra manera, en un suspenso general y estrepitoso de toda mi vida. No es nada fácil ganarle por la mano a la Señorita Rothenmeyer que llevo dentro, y que es una mujer sin piedad. Nada bien hecho, nada bien pensado, nada bien planificado.
Por eso el silencio. Por lo menos hasta tener algo medio coherente que decir. Y a ser posible sin ponerlo todo pringando de mocos y de lágrimas. ¡¡Qué jartita me tiene ya la menopausia y la falta de estrógenos de las narices!!
Gracias a todos aquellos que os habéis preocupado por las largas vacaciones de la menda. Ya estoy aquí. O eso voy a reintentar.
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