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miércoles, 25 de agosto de 2010

Culturas



Me subo en el autobús. Delante de mí, en la cola, una familia gitana. Una madre de alrededor de 50 años, una hija, de unos 30, y una niña de 7, más o menos, en brazos de su abuelo. Además, el padre de la niña. Las dos mujeres son albinas, y la menor de las dos lleva el pelo largo hasta la cintura, recogido en una escasa coleta casi blanca, y una camiseta, color verde fosforito. Como para no verlos. Además, van hablando de sus cosas sin que les importe lo más mínimo, que se entere todo el barrio. Me hace gracia. Le hago un mohín a la niña que sube justo delante de mí, y me lo devuelve muerta de risa.

Nos sentamos cerca, tengo, al otro lateral del autobús, a los abuelos y a la nieta, y a los padres justo delante de mí. Siguen hablando como si estuvieran en el salón de su casa, y curiosamente, no hay mucho ruido ambiente.

- Máe- dice la más joven- ¿qué t'a dicho la paya?

- Ná, que ha visto a tu marío en la puerta y que tenía la obligación de llamar a la policía.

- ¿Y tú que l'has dicho?

- Que no se preocupara que no iba a hacer falta. Y no ha llamao.

La más joven sonríe y mira a su marido.

- Ma visto desde la esquina la ventana -explica éste- mira que yo entrao por detrás pa que pareciera que pasaba por allí y ná más.

Tercia otra vez la madre:

- M'a preguntao si yo sabía que había salío. Le he dicho que no, que me enteraba por ella. Pero que no se preocupara, que no iba a pasar ná.

Habla el abuelo, que hasta ahora iba callado y moviendo la cabeza con disgusto, con la niña en brazos:

- Mañana, o el sábado tenéis que ir a Córdoba y pagar. Que quiten la denuncia, que así no podéis estar, ni echar papeles, ni ná.

El muchacho asiente.

- A ver si juntamos dinero y vamos. Se sale a las siete y p'a comer estamos aquí- dice convencido. Que si no, ni echamos papeles ni ná. A ver si quiere mi hermano.

En el autobús, se podría oír el vuelo de una mosca. Yo me voy mondando, atenta a la conversación, y a la reacción de los demás. Nadie parece mirarlos, pero todos llevan el hilo. Me río de lo pánfilos que somos prejuzgando siempre.

No me parecen malas personas, y sobre todo, me da envidia su deshibición. No creo que les importe un pimiento lo que vayamos pensando los payos. Hacen bien, total, los payos no van a ir a Córdoba a pagarles la multa o lo que sea.

Yo voy convencida de que el abuelo es el más sensato de toda la familia, siempre que interviene en la conversación, lo hace para apaciguar y mediar, y propone lo que a esta paya que escribe le parece razonable. Me cae bien. La más joven mira a su padre.

- Pa, ¿tienes sueño? ¿tú dormías la siesta?

La niña sonríe a su abuelo y le acaricia la cara. Yo, sigo embobada el gesto y pienso en cuántos prejuicios tenemos todos y en que este abuelo no se diferencia mucho de cualquier otro. Estoy ya a punto de santificar al hombre.

-Yo dormía antes, pero ya no puedo- contesta.

- ¿Ande t'an llevao ahora, Pa?

- Yo estaba en el módulo 3, y ahora me han llevao al 8

Casi suelto la carcajada. ¡Joder con el abuelo! El silencio es ya absoluto en el autobús, todos vamos pendientes de su conversación. Unos más asombrados que otros, y yo disfrutando una barbaridad. En mi otra vida me pido ser voyeur.

Me da rabia llegar a mi parada porque van contando una fiesta que debió ser la envidia de Hollywood. El más joven cuenta, entre carcajadas, cómo mataron un cochino y lo metieron, entero, en un perol. Y él, Morito, le arrimaba candela y La Gorda le daba vueltas con una barra de hierro, mientras se comía más queso y jamón del que ponía en la bandeja, pa tós los demás. Hasta que llegó el Sordales, que también tiene buen saque, y se llevó el jamón, para que los demás pudieran catar algo. Las gitanas asistentes al jolgorio bailaban todas alrededor de la cazuela, seguramente para vigilar que la Gorda no se comiera también el cochino.

El abuelo no identifica a la familia anfitriona de la juerga, y la niña le ayuda:

- Es esa prima tuya que nos encontramos el día que fuimos a casa del Sordales y que estaba meando en mitá del camino, agüelo.

Prima localizada. Me parto al imaginarme la escena y lo que estarán pensando los bienhablados del autobús. Por debajo de la gafas de sol, me voy limpiando las lágrimas de risa.

Después de dar buena cuenta del cochino, como estaban todos borrachos y contentos, y no era cuestión de conducir hasta la capital, se fueron a dormir a ca l'agüela, y se acostaron 30 en dos habitaciones. Y el Morito, durmió en el Lo Mónaco que acababa de comprarse la buena mujer. Los ronquidos que dieron la Gorda y del Sordales, aquella noche, aseguraba que los había estado oyendo una semana entera.

Me bajé, riéndome sola, encantada con la historia y con la familia. Pero lo que más me gustó, fue darme cuenta, una vez más, que aquí cabemos todos a poco que nos lo propongamos. Que los grupos son distintos, pero no necesariamente peores (salvando todas las distancias legales o ilegales, no trato de analizar eso ahora). Que cada uno tiene una forma de vida y lo único que pasa es que casi sólo conocemos la nuestra, y por eso nos parece la mejor. Por eso y porque nos da miedo lo diferente.

La niña, como cualquier otra niña, me devolvió el saludo que le hice al irme, diciéndome adiós con la mano desde la ventanilla.

Culturas, que diría la antropóloga de mi hija. Y tendría más razón que un santo.



2 comentarios:

  1. Ya, por fin te pillo en el blog. Ir en bus en Málaga es de lo más entretenido, mucho más divertido que en Madrid, no te hace falta ni libro ni mp3 y además aprendes de la condición humana. Bienvenida, prometo seguirte. Besos

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