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domingo, 17 de julio de 2011

Yo también tengo una vida



Empieza la mañana con un par de anulaciones de citas. Nada grave si no fuera porque son ya más de 15 este mes, y mis hijos no son nada ortodoxos con lo del ayuno en ninguna época del año. Ni en cuaresma siquiera. - ¡Bah, son rachas!- me digo para alejar el pensamiento supersticioso de que me haya mirado un gato negro tuerto. Pero aún estoy lejos de saber lo que me espera antes de que acabe el día.

Por primera vez en dos años, tiempo que hace que mi hija tiene un coche que yo pago, he quedado en que venga a buscarme al despacho a las tres, para no acarrear en el autobús una caja de 3 Kg. de fresas, que se comerán ella y su hermano (a mí me dan dolor de estómago, encima…), y que alguien bienintencionado y primaveral, ha decidido regalarme.

Las dos citas que me quedan esta mañana se me complican un poco y sé que me estoy retrasando. Lo sé sin mirar el reloj. Me avisa ese instinto atávico de supervivencia. No quiero cabrear a mi taxista que ya salía cabreada de casa a las ocho.

En mitad de la última sesión, más o menos, me llama: -Mamá, ¿voy a por ti?-  Se me erizan los pelos de la nuca sin querer. Huelo peligro. Trato de darle un tono normal a mi respuesta: -Sí, cariño, ¿en eso quedamos, no?- Mi paciente me mira desde el otro lado de la mesa con cara de quésuertetieneestaniñadetenerunamadretanamable. Desde el móvil me llega un bufido: -Vale. Voy para allá.-

De Teatinos a aquí, media hora larga, calculo antes de volver a concentrarme en lo mío. A los tres minutos escasos vuelve a sonar el teléfono. Contesto amable, pero a punto del llanto: -Dime, cariño-,   -Que voy para allá- .Se me encoge el estómago con la amenaza, y por un segundo no sé si habré soñado la conversación anterior. Digo, vale, tratando de parecer alegre. Como sepa que me asusta será peor, me digo, tratando de retomar de nuevo el hilo de la sesión.

No podría jurarlo, pero habrían pasado seis o siete minutos, cuando suena un toque. ¡¡Oh, dios mío!! Un toque. Yo no entiendo los toques. Por dios. Tengo muchos años. Compasión. ¿Qué demonios significa un toque? ¿Que viene? ¿Que no viene? ¿Qué se acuerda de mí por el camino? ¿Qué se está acordando de mis muertos?

De perdidos al río, me digo. Y la llamo. Mi paciente (nunca mejor dicho), hace algún comentario amable acerca de los hijos. Me veo pagándole yo la consulta a ella.

-¿Qué querías, cariño?-  digo, con un hilo de voz. -¿Qué voy a querer? que voy hacia allá- me espeta ofendida seguramente por tener una madre completamente tonta y anacrónica. -¿Qué va a pasar?, que estoy llegando-

No sé si las miradas matan, pero las voces acojonan. Palabra. Cuelgo con el corazón en un puño, tratando de no pensar en la bronca que me espera. Contrarresto pensando en que no tendré que cargar la caja de 3 Kgrs. y que mi alergia de presión (soy rara hasta para las alergias) me lo agradecerá.

A los 20 minutos de la última llamada, vuelve a sonar el teléfono. Gracias al cielo estoy a punto de terminar con la sesión. – Dime, cariño- contestó por undécima vez en una hora.  -¿Qué te queda?, llevo una hora abajo, esperándote- Me dice una voz que se empieza a parecer peligrosamente a la de la niña del exorcista. Disimulo, pero estoy a punto de dejar a mi paciente en el despacho, y salir corriendo a por agua bendita, o una cruz de Caravaca. O algo así…

Cuando bajo y entro en el coche con mi mejor sonrisa, la caja de fresas y el salario mínimo para poder ir de compras con ella a Mango esta misma tarde, mi niña, esa niña que yo acurrucaba en brazos hace nada, y que sólo se dormía teniendo cerca el olor a “mamá”, gira la cabeza 90 grados y me escupe: ¿¿Se puede saber porqué has tardado tanto?? Yo también tengo una vida, ¿¿sabes??

Por un segundo, y pensando qué se debe sentir cuando una tenga una vida, tengo la tentación de bajar del coche y largarme a las Bahamas, no sin antes haber rociado la calle con tres kilos de fresas y hacerle a mi descendencia un corte de mangas u similar. Pero decido castigarla con el látigo de mi indiferencia y me callo.

Hasta casa, voy imaginando lo hermoso que sería en mi próxima reencarnación, ser una lagartija, o una rata, o un murciélago, da igual. ¡Pero con una vida, oiga!

5 comentarios:

  1. xDDD que yo me quedo con las fresas encantada....

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  2. Críe usted coches, y le sacarán las fresas. Y alo dice el refrán... ;P

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  3. Seguro que montones de veces cuando era un bebe le dirías: pero que rica que está mi niña...es que me la comería.

    ¡¡ Te la hubieras comido ¡¡¡

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  4. Eso, Mon, debería habérmelos comido cuando podía. Ahoa son ya mucho más grandes que yo... Pero tú todavía estás a tiempo!! ;))

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  5. Jajajaja..Coria...agridulce total..como la vida misma y ...las fresas! Un beso! Tu Ezc

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