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domingo, 10 de julio de 2011

Domingos



No estoy segura de cuantos años podría tener el primer domingo que me pareció triste, pero no podían ser más de seis, porque lo recuerdo en brazos de mi abuela, llorando desconsoladamente sin poder explicarle el  porqué.

Lo único que sé seguro es que, desde entonces, no soy capaz de recordar un sólo domingo de mi vida en que no haya tenido esta sensación, mitad susto, mitad pena, que me hace odiarlos, y que se acentúa progresivamente con el paso de las horas, hasta hacerme este nudo en el estómago, como de mal presagio, que tengo al escribir ahora. Ya no lloro, pero exclusivamente porque sé que no sirve de nada.

Es curioso cómo se graban a fuego algunas sensaciones. Y es curioso cómo se transmiten sin querer. Esta tarde trataba de explicarle a mi hija, que las cosas que alguna vez nos parecieron peligrosas y que después dejaron de serlo, es posible, sin embargo, que al tenerlas cerca, nos sigan provocando sensación de miedo, aún cuando ya hayamos aprendido a defendernos de ellas y sepamos seguro, que son inofensivas.

Recuerdo domingos terribles, después de aquel primero, aún niña, en los que la sensación era tan fuerte que me hacía vomitar al caer la tarde. Domingos de mi juventud, en los que nada parecía tener salida, ni mi corazón consuelo. Domingos de hace diez, o quince años, en los que disimulaba el miedo y la tristeza hasta que todos estaban ya en la cama, y yo tenía que apretarme la boca contra cualquier cosa para no gritar. A veces había motivos, muchos motivos. Y todos parecían concentrarse en ese día de la semana.

El miedo es como una mancha de alquitrán, se desliza silenciosamente y sin darte cuenta va pegándose a todo, dejando un rastro negro difícil de borrar completamente. Hace tanto que esa sensación y yo nos conocemos, que ya ni me pregunto qué habría sido mi vida sin ella. Yo he aprendido a ignorarla en la medida de lo posible en la práctica, y ella se suaviza a épocas, sin llegar a desaparecer nunca del todo.

A su pesar seguramente, he conseguido no ser una persona triste ni cobarde, aunque tenga miedo. O mejor dicho, porque tengo miedo, sin él, la valentía no existe siquiera. Así es que, finalmente, soy también el resultado de mis miedos y de mis guerras contra él, por lo que, lo que sea que soy, también tengo que agradecérselo.

Pero ese reconocimiento, no me impide odiarlo. Supongo que su amor por mí es y será eterno, y que seguiremos conviviendo pacíficamente toda la vida.  Especialmente los domingos, malditos domingos como este en los que la angustia de vivir acaba no dejándome respirar.

3 comentarios:

  1. Me dan ganas de borrar todos los domingos de los calendarios. Haré una proposición de ley para que eliminen ese día de la semana. Es lo menos que puedo hacer.
    Eso si, que cambien el día festivo por el lunes....

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  2. Anónimo, como creo que sé quien eres (la primogénita perdida y hallada en casa del Gordo de Navidad, no?), te agradezco la intención. Eso, que los borren. Bendito San Lunes!!

    Besitos.

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  3. Alabemos a San Lunes, y que por la gloria de M.E.V. borren del calendario todos los domingos. Alabemos!! (es que ahora me he vuelto pastafarista, compensa, compensa......)
    PD: Si, se mua!

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