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domingo, 28 de noviembre de 2010

Ella soy yo


Ayer fue uno de esos raros días en que llovió en Málaga. Cuando iba hacia el despacho después de comer, con mis botines cerrados y mi impermeable, vi., a lo lejos, la figura de una mujer anciana resguardándose, ella y sus pertenencias, de la lluvia, en la puerta de una iglesia cerrada. Soy miope y no podía apreciar bien, a esa distancia, la edad real de la mujer.

Pensé, con pena, que llegaba el invierno para todos (yo lo odio), pero para los sin techo, más que para otros.

Pasé toda la tarde trabajando, a resguardo y sin acordarme de nada, disfrutando a ratos de la tormenta monumental que descargó a última hora. Porque soy así de rara, y me encantan las tormentas, y tenía que hacer esfuerzos por no saltar de la silla y asomarme a la ventana cada vez que se veía el resplandor de un relámpago. Pero soy una profesional seria, o debo parecerlo…

Al salir, alrededor de las nueve y media, ya no llovía, pero las calles estaban desiertas y mojadas, y al pasar bajo los árboles, empapados aún, caían gotas de esas que entran por el cuello de la gabardina y te dejan todos los pelos de punta de repente. Una noche de otoño, preludiando la que nos espera dentro de nada.

Al doblar una esquina, volví a verla. Estaba a cubierto de las gotas asesinas bajo el toldo verde de un kiosco de periódicos, que cubría, escasamente, su cuerpo menudo, su carrito del súper y sus múltiples bolsas de plástico.

Vista de cerca era muy menuda, me sobrecogieron su palidez y sus ojos azules. Parecía una dama de camafeo antiguo, delicada y hermosa. Rondaría los 80 años. Lo que más me impresionó fue su fragilidad y su desamparo en mitad de la noche.

Por una décima de segundo pensé en llevármela a casa a dormir, pero no tuve el valor de pararme y decírselo. Seguramente me hubiera tomado por loca asesina de ancianas vagabundas. Yo lo hubiera pensado. Después pensé en llamar a la policía, pero tampoco me atreví por si era peor el remedio que la enfermedad.

Seguí andando y la dejé a mi espalda, debajo del toldo en mitad de la noche, con una punzada de dolor y otra más grande de vergüenza. Por irme, por abandonar.

Pero lo peor, lo que más me avergüenza, es que, hasta hace un rato, hoy que ya es otro día, no había vuelto a pensar en ella. Que cuando llegué a mi casa, cubierta, cálida y familiar, la olvidé por completo y me dormí como si tal cosa. Como si todo estuviera bien en el mundo. Como si mi mundo y el suyo no fueran el mismo mundo.

Hoy que hace sol, me conformo sabiendo que no se mojará, que no pasará frío, que el invierno le da una tregua todavía. Y ya. Sin más.

No quiero ser la que fui la otra noche, no quiero olvidar lo que no me pasa a mí, sólo porque tengo la suerte de que no me pase. No quiero creer que lo que no me pase a mí o a los míos, no es importante. No quiero creerme que yo no soy parte de ella. Que todos somos ella. No quiero ser cobarde, individualista y lejana.

Ayer fui todo eso, y no quiero perdonármelo y dar media vuelta en la cama con la sensación de tener las manos limpias, porque no las tengo. No sé si la vida me dará la ocasión de rectificar, ojala que sí. De momento, hoy no me gusto nada.

2 comentarios:

  1. Gracias por expresar lo que siento cuando me topo con alguién pidiendome limosna y siempre le doy. Me pongo en su lugar y solo de imaginar que en algún momento podría ser yo, hace que se me revuelva la conciencia y no me los llevo a mi casa, por lo que tu dices, por verguenza de lo qe ellos, precisamente, piensen de mí.

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  2. Somos dos cobardicas, Marín... ;P
    Gracias por pasarte. Beso, wapa.

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