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domingo, 26 de diciembre de 2010

Alerta, volamos!

Oigo por la tele que estamos en alerta máxima por fuertes vientos. Me dan un alegrón, me encanta el viento. Lo prefiero templado, claro, pero por lo menos no me encontraré con esa calma, húmeda y fría, de todos los días.

Busco el plumón más largo que tengo, los guantes y la bufanda, y salgo a la calle encantada de la vida, camino del despacho. Son las seis. No hay un alma. !Exagerados!- pienso. Tampoco es para tanto. Algunos restos de periódicos revolotean por el suelo, y se ve alguna bolsa elevarse en el aire como un globo. La gente se asusta por nada- sigo-, machacona y valiente.

Al llegar a la Malagueta, el viento arrecia. Estoy feliz y lloro por el ojo derecho. Siempre me pasa. No cuando estoy feliz, si no cuando tengo frío. Camino con las manos hundidas en los bolsillos y los ojos casi cerrados, luchando contra el viento, que ya está empezando a ser preocupante...

Decidida, enfilo una calle peatonal que da a la playa. Empiezo a dudar de mí misma. Lo mismo es verdad que hay que alarmarse, imprudente- pienso-, pero es tarde y ya estoy dentro, después de dos minutos de reloj tratando de darle la vuelta a la esquina. Si me doy media vuelta, el aire me empotrará contra la pared, así es que sigo, andando como Locomotoro, en ángulo de 60 grados con el suelo. Entiendo de golpe el adelanto de los aviones cuando llevan el viento de cola...

Unos pasos por delante de mí, veo un hombre con una bolsa de súper en cada mano. También va inclinado y corre menos que yo, pero es más grande. Ya podrá... me digo. Debería haberme traído un par de kilos de patatas, o llenarme de piedras los bolsillos, o algo.

Cuando estoy a su altura, y voy a pasarlo, una ráfaga asesina me detiene completamente y me empuja hacia atrás. No puedo creerlo. No soy en absoluto dueña de mi movimiento. Y en ese momento, el hombre da un paso atrás y me grita: "!Póoongase detrás de míiii...¡" Atónita y a punto del ataque de risa, trato de obedecer pero no puedo. El hombre entonces, hace un esfuerzo sobrehumano (yo a estas alturas ya estoy llorando de risa...), me coge por la manga del plumas, y tira de mí.

Yo pido interiormente que, por favor, por favor, no nos esté viendo nadie, descojonado, desde una ventana.

Vuelvo a oír su voz atronadora: "¡Cóooojase a míiii!. No se me salen los ojos de las órbitas porque el aire no me deja abrirlos lo suficiente... Muerta de risa, de vergüenza y de miedo de que esto sea una cámara oculta, trato de facilitarle el trabajo a mi salvador, pero inútil, la poca fuerza que me caracteriza, se esfuma cuando me río.

De semejante guisa llegamos al final de la calle, y haciendo alarde una vez más de su espíritu indomable, y de su evidente predilección por Superman, me da un tirón del brazo, y me pone, literalmente, en volandas, al otro lado de la esquina. Yo, directamente me siento en el bordillo de la acera a llorar de risa. Ya no puedo aguantarme más.

A lo lejos, traída por el viento, oigo su voz una vez más, imperiosa: "¡¡Vaya usted con cuidadoooo!!

Todavía estoy un rato secándome las lágrimas y esperando que salga alguien de un portal, con un ramo de rosas en la mano, llamándome inocente, o algo peor...

Ni siquiera pude darle las gracias. Sirva esto como reconocimiento de la deuda que me une con ese desconocido.

2 comentarios:

  1. Habría dado algo por verte, solo de imaginarte yo también me parto.¡Que facilidad tienes para describir¡

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  2. Pa que veas, eso me pasó a mí. Qué verguenza!!

    Besitos.

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