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domingo, 23 de enero de 2011

La Finca



Olía a la finca. Bajando por el carril de tierra, entre higueras y olivos, antes de verse la casa de Librado y la nuestra al fondo, yo podía ya oler La Finca, y oía a Morito ladrar. Ramona decía que días antes ya estaba inquieto, que corría hasta la carretera al menor descuido, y que había que acabar atándolo para que no llegara a buscarnos a Madrid.

Cuando el coche frenaba para bajar el carril, yo tenía la misma sensación en el estómago que tengo ahora cuando llego al destino de cualquier viaje: miedo, excitación, cansancio y sobre todo el deseo de seguir, de que nada cambie, de no parar... Muchas cosas indescriptibles con palabras.

Sólo un bañador de chico y un penacho de plumas indias en la cabeza, esa era yo todo el verano. Impresionada por la navaja de Librado, que cortaba los tomates, enormes, por la mitad, de un sólo tajo. Y yo me los comía, con sal, orgullosa de no necesitar más que mis dientes. Feliz de poder achuchar a Morito y oler a perro, y coger peras, y cortar alfalfa para las conejeras con una hoz pequeñita que me dejaba Ramona, desobedeciendo a mi madre. Tranquila porque no había horarios, ni deberes, ni rezos, ni ropa, ni lenguados para cenar.

El amarillo de las manzanas y de los membrillos, el verde plata de los olivos, el rojo carmesí de la Rosaleda y el zumbar de las avispas entre las parras de la lonja, es lo que más recuerdo. Y el olor a limo del río. Después de todo lo que pasó, no he podido superar ese olor con el tiempo, y me sigue dando ganas de vomitar.

Volví hace unos años, 25 después de la muerte de mi hermano Javier. Nadie había vuelto desde entonces. No quedaba nada. Un montículo sobrecogedor de escombros, sobre lo que fueron muchos veranos de mi niñez y buena parte de las raíces de mi familia.

Ni un manzano, ni una higuera, nada. Un viento repentino me trajo unas risas del río. Cerré los ojos y la vi. Una niña salvaje, casi desnuda y con un penacho de india en la cabeza, me decía adiós con la mano. Hubiera querido llevármela y protegerla del futuro, pero no pude.

Se me fue perdiendo, despacio, en la línea brillante del horizonte. Lloré mucho rato sobre los escombros, que no olían a nada.

2 comentarios:

  1. Querida Mela, sobrecogedor, tierno y tan sensible como siempre este relato sobre este recuerdo que viaja a tu infancia...A pesar de toda la tristeza que encierra de algo que fue y que ya no existe..yo pude ver la niña con el bañador de chico y el penacho de plumas en tus ojos..cuando te vi! Un beso enorme!!! Tu Ezc!

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  2. Lo habríamos pasado de miedo, tú y yo juntas, en aquellos tiempos salvajes.

    Beso, Ezc, querida.

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