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domingo, 6 de febrero de 2011

De obras otra vez (si es que no escarmiento...)



Me despierto sobresaltada. Las ocho y cuarto. Salto de la cama y corro a la cocina, o a lo que queda de ella, y trato de calentarme un café en el micro, que parece haber desaparecido bajo un teléfono sin conectar, una pila de cuatro ceniceros en equilibrio inestable, un montón de pinzas para la ropa, un paquete de servilletas de papel, dos trapos completamente enyesados, una caja de azulejos, y capas y capas de polvo de yeso.

Estoy a punto de cambiar el café por una tila doble, pero decido que no. Que si salgo de esta, podré dedicarme a la doma del pulpo gigante. Que algo bueno tendrá que tener curtirse en los infortunios...

Quemándome la lengua, voy a mi cuarto,  y con cuidado de no tirarme encima un marco de madera de dos metros que está apoyado, amenazadoramente, contra la pared, abro el armario y saco la ropa para vestirme. Antes de que llegue la invasión de los Bárbaros.
Saco unos pantalones blancos, aparentemente limpios, y los sacudo por si acaso. Una nube de polvo, tóxica seguro,  me hace llorar los ojos, y estornudar una media de 24 veces por segundo. Cuando voy a respirar hondo, contra el estrés, decido que mejor que no...

Calculo y corro a lavarme el pelo antes de que me pillen. A las nueve menos cuarto, en pijama, y con una mascarilla de crema en el pelo, llaman al timbre y voy a abrir resignada a mi destino. Mis tres obreros de todos los días, y uno nuevo. Esto va bien. Va aumentando la familia.

Digo:”Buenos días”, apresuradamente y corro de nuevo al cuarto de baño que tiene cerrojo, menos mal. Estos invasores no entienden el lenguaje básico de las puertas cerradas.

Me meto en la ducha encomendándome a la Virgen Santísima, y cuando voy a enjuagarme se corta el agua. Una vez más, no sé por qué me pasa tanto últimamente, echo de menos no saber arameo para poder jurar. En su defecto, lo hago en mi lengua materna.

Tratando de ser amable, -son cuatro y más grandes que yo-, grito desde la bañera desesperadamente: "Pepeeeee...". Oigo un par de martillazos por toda respuesta. Inasequible al desaliento, insisto: "Pepeeeeeeeee.... por dios!!, el agua, que estoy en la ducha..." Se agolpan los tres de siempre en la puerta, por fuera, menos mal. Será que el nuevo es tímido. "Carmen, ¿está bien?, ¿le ha pasado algo?". Me conmueve su preocupación, pero decido venganza en cualquier caso. Cuento hasta 197 antes de responder que, aparte de que estoy de jabón hasta los ojos, que llego tarde y que no hay agua en mi grifo, que no, que no me ha pasado nada.

Se dan por aludidos y se regañan entre ellos: "Paquilloooo, hombre, que Carmen está en la ducha..." Me siento como si me estuviera duchando en mitad de la Plaza de la Constitución. Y con la Flor de Lys en la espalda.

A los cinco minutos, más o menos, me aporrean la puerta. Abro con el pelo chorreando y cara de mujer-bomba, que es el espejo de mi alma. "Carmen, que tenemos que cortar la luz" Las nueve y diez, llego tarde y voy a estallar. Pepe me mira antes de que yo diga nada y suelta la carcajada. "Es igual, la corto luego", concede, generoso. Cierro la puerta mientras decido si me echo a llorar o los tuesto suavemente con el soplete de soldar cañerías.

De repente oigo un estrépito y salgo. El techo del pasillo no está. Paquillo me mira orgulloso de su hazaña. Decido no hacer preguntas difíciles, y saltando por encima de un montón de cascotes, llego a mi cuarto y oigo como el nuevo le dice a Paquillo:
-"Parece una chiquilla..."
-"¿Quién, Carmen?
Decido que me largo a las Bahamas un par de años hasta que terminen las obras de reconstrucción. Luego me acuerdo del presupuesto de la obra y cojo mi agenda de citas. Me parecen poquísimas. Las Bahamas tendrán que esperar 20 años hasta que acabe de pagar todo esto.

A las nueve y media salgo de mi cuarto armada de valor, y decidida a llegar a la puerta como sea. Lástima no tener casco. Al cruzarme con Francisco, que remueve mezcla en lo que antes era mi cocina, le pregunto por su muela. Amablemente se mete la mano en la boca y me la enseña. Decido dejar de ser amable y considerada. Me promete enseñarme el empaste, mañana, cuando se lo hagan. Un escalofrío me recorre los pelos de la nuca.

Al salir, desde el descansillo, vuelvo a oír:
-"Que tiene pinta de chiquilla"
-"¿Quien, Carmen?
Corro escaleras abajo sin esperar el ascensor.

En la calle, increíblemente, se respira aire sin polvo. Doy gracias a Dios.

2 comentarios:

  1. Tres meses, que se dicen pronto y desde un 5 de agosto hasta la primera semana de noviembre, tuvimos en casa a dos albañiles. El suelo de casa no existía, eran unos tablones, por donde íbamos pisando con mucho cuidado, emulando a Pinito del Oro, a mis hijos y a mi se nos cambiaba todos los día el pelo de color, por el polvo y Antonio, porque no tiene, pero a veces lo miraba y pensaba que se había comprado un peluquín.
    Fueron tantas vivencias con ellos y como la obra se iba alargando y alargando, que estuvimos a punto de empadronarlos en casa...menos mal que un día, por fín, Jorge, que así se llamaba nos dió el sablazo y le tuvimos que pedir por favor que se fuera, porque corríamos el peligro, yo no, mi marido, que una vez fuera de su trabajo, tuviera que buscarse la vida en un taxi, de noche y a mi que me diera una foto, para que no se me olvidara su cara.
    Mela miarma, ten paciencia, que todo tiene su fin.
    Un abrazo

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  2. jajaja, buenísimo, por cierto, ya sé de quien tengo que aprender a escribir ;)

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