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domingo, 11 de septiembre de 2011

Septiembre, again.



Septiembre ha llegado con su particular olor a reinicio, a rentrée, que dicen muy bien los franceses, poniéndome ya los pelos de dentro del alma de punta, y preludiando un montón de cosas que no me gustan y a las que no me acostumbro, por más que lo intento, de un año para otro.

Seguramente será porque se acercan mi cumpleaños, las tardes cortas, el cambio de hora, las comidas con cuchara, la ropa que pica, las tiritonas, los pies que no me siento y el invierno interminable. Seguramente será que daría media vida con tal de que no llegaran ninguna de todas esas cosas. Seguramente será que hay que ordenarse, abrigarse y acostarse temprano. Y yo odio todo eso. Y lo temo.

Es el fin de la sensación de anarquismo que me produce el verano, en el que me creo, no sé si será porque llevo menos ropa, más libre y menos comprometida con todo. Con lo poco que me gustan a mí los compromisos y la ropa de lana.

Septiembre me pone triste, y eso a pesar de que soy perfectamente consciente de su magnífica luz tamizada, sus colores amarillos, sus hermosísimas tormentas que traen de la calle el olor familiar de la tierra mojada, o su brisa, mucho más fresquita, que alivia mis sofocos menopáusicos. Septiembre es un mes precioso que me produce una sensación interna terrible. Es el fin de algo y el comienzo de otras cosas. Y desde los cinco años, más o menos, me da unas ganas enormes de llorar.

Y esa extraña tristeza de cada año por estas fechas, para colmo, me recuerda que cada Septiembre tengo un año más y uno menos. Que esto va que vuela y que no espera a nadie, que el tiempo está mal repartido y que yo, personalmente, he perdido muchos trenes y que cada día me quedan menos por perder. Aunque no estoy segura de que eso sea un consuelo.

De niña me asustaba el colegio, demasiado organizado y gregario para el carácter rebelado, poco social, que no poco sociable, anárquico y contradictorio que todavía conservo, aunque suavizado por las cosas vividas y el tiempo. De mayor, me asustan los días cortos, las noches interminables, y el frío que no puedo abrigar. Y la rutina.

Quiero que llegue Mayo. Ya.

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